Llovizna

Ayer llovía. En Lima no llueve pero ayer llovía. No con esas gotas gordas que se estrellan escandalosas contra el papel periódico, no con esa potencia que perfora los párpados, no con esa gracia de un danzante sobre zancos, sólo ayer llovía. Llovía y todos se lavaban, de adentro a afuera, de abajo a arriba, llovía y no dejaba de llover, llovía y por un momento creí que Dios también leía mis pensamientos cuando anhelo que se desfonde el cielo. Llovía y las calles elegían el anonimato, un tenue relieve reemplazaba sus formas como una máscara impuesta por el alcohol. Las gotas caían de costado y era clara su presencia cuando la luz irrumpía por breves espacios. En silencio, caían. Sin rencor, caían. Vírgenes, caían. La vida es hoy, caían. Ayer llovía, y mentiría si no digo que sólo me fui por eso. Y mentiría si digo que me agrada en demasía la lluvia, sólo me agrada estar vivo bajo ella.

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