Cuatro o cinco cuadras sin permiso... cuando no pretendo más

Si me permites, el frío ya no me consuela, quizá por esas razones que de lógicas no tienen nada. El frío escapa por mi espalda, es decir que el clima lo llevo por dentro recostada junto a mi alma, recuerdo que a veces se atoraba en el estribillo de una canción. Es un frío que huele a aguja para que veas que los olores tampoco logran definirse, un frío que no se puede compartir.
Unas cuadras podrían escribir una historia en la que un cuarto menguante sea mencionado por lo menos en dos ocasiones y que viajar los pocos metros del crucero peatonal sea el clímax de este cuento, drama o parodia que espero descuadrar en unas cuantas líneas más. Digamos que unas cuatro o quizá cinco cuadras en las que el frío repercuta en mi vocabulario, por lo que sería una historia de diálogos cortos, especialmente aburridos. Ahora, en plena narración infiltrar un verso de Juan Ramón Jiménez ¿A qué huele el amor?, huele a frío y para mí el frío es una aguja. Y como ya te habrás percatado no tengo las explicaciones, la inefabilidad que me envuelve es un recurso que espero explotar como tú lo haces.
Una noche clara, de esas en las que se confunde a la sombra con un mal recuerdo, esa es la noche que ambienta mis cuatro o cinco cuadras, y una melodía interpretada por el tránsito y el murmullo de gentes tan secundarias como las estaciones del año, harían de este cuento-drama-parodia lo que hace un poema en mi habitación: vértigo.
Caminar perdió esa sensación que tampoco se puede explicar. El frío dejó de funcionar, sólo enfría. Si me permites utilizar tu nombre puedo escribir una historia de esas que hacen reír a los que no las entienden, por ejemplo, al sol. Si me permites decirte que el frío arrecia sobre mí con un sabor nuevo y que a pesar de ello aún quiera que seas la protagonista de mi historia ¿Qué pensarías? quizá lo que dictan mis neuronas, lo mismo. Aunque nunca supe qué era ello.
Cuatro o cinco cuadras, un perrito irrumpe en alguna de ellas. Y que el silencio sea lo que llego a decirte y lo que tú dices, y que la perfecta comunicación se establezca sin mover la boca ni apretar los ojos. Yo entiendo, mi razón lo sabe. Supongo que por ello el frío ensució la magia blanca, por eso ya no pretendo peleas casi fingidas ni recuerdo el escrito anónimo que de leerlo me parecería un manual de la perfecta chabacanería.
Es complicado, no creí que hacer una historia en cuatro o cinco cuadras me tomara tanto silencio y tan pocas direcciones para guiar mis ojos. Yo te quiero, aunque suene raro, pero prefiero estar lejos - aunque resulte una contradicción- para experimentar esa teoría del desencantamiento, la razón me lo sigue contando con agujas cada vez más finas ¿Cómo hacer que no duela? Si me duele ese papel en el que aparentemente no ha pasado nada, como si esas palabras que soltara hace un tiempo nunca hubiesen sido escuchadas ¿Cómo hacer para que esas cuatro o cinco cuadras se hagan un best-seller? ¿Cómo hacer para que me des vida o muerte? Caer en la cursilería, el extremismo, el absurdo, son válidos en esta historia. Caer es también una decisión. Si me permites utilizar tu nombre, no importa, igual lo hago Pierina, yo no busco ser tu amigo y no es culpa de nadie ello, simplemente intento ser sincero y continuar escribiendo una historia en que la hipocresía del falso amigo sea condenada penalmente.
Al final, creo que una historia en cuatro o cinco cuadras no me basta para decirte que no volverá tal cual las golondrinas de Gustavo Adolfo aquel entonces que me hacía reír. Ahora no pretendo más que buscar otro frío. Sólo, creo que adiós a ello. Creo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario